¿Y por qué tenemos segundos nombres?

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Usamos nuestros segundos nombres al rellenar documentos oficiales, al idear un nuevo correo electrónico o nombre de usuario, y cuando escribimos nuestras iniciales en algo. Pero aparte de eso no los usamos a diario, así que, en primer lugar, ¿por qué tenemos segundos nombres?

Algunas personas podrían responder: «Es para que mi madre tenga tres nombres para gritarme y así saber que estoy en problemas». Pero hay una historia real detrás, y se remonta a la antigua Roma.

Muchos romanos tenían tres nombres, un praenomen, que era un nombre personal, un nomen, que era un nombre de familia, y un cognomen, que indicaba de qué rama de la familia eras. Cuantos más nombres se tenían, más se respetaba a los demás. Las mujeres sólo tenían dos nombres y los esclavos uno. Un ejemplo que quizá conozcas es el de Cayo Julio César.

Esta tradición de nombres múltiples se extendió a las culturas occidentales en el siglo XVIII. Los aristócratas daban a sus hijos nombres largos para mostrar su alto lugar en la sociedad. Las culturas española y árabe daban a sus hijos nombres paternos o maternos de generaciones anteriores para poder seguir el árbol genealógico del niño. (Descubra las tradiciones de los segundos nombres en ocho países del mundo.)

Pero la forma en que usamos los segundos nombres hoy en día se originó en la Edad Media, cuando los europeos no podían decidir entre dar a sus hijos un nombre familiar o el nombre de un santo. Finalmente, decidieron nombrar a sus hijos con el nombre de pila en primer lugar, el nombre de bautismo en segundo lugar y el apellido en tercer lugar. La tradición se extendió a América cuando la gente empezó a emigrar al extranjero.

Con el paso del tiempo, la gente empezó a alejarse de los segundos nombres religiosos y a ser creativa con el segundo nombre de su hijo. Una tradición común era hacer que el segundo nombre fuera el nombre de soltera de la madre.

Hoy en día, algunas personas ni siquiera tienen segundo nombre, otras prefieren que las llamen por su segundo nombre y otras ni siquiera lo usan. Pero, sólo hay que agradecer que no nos remontamos a nuestro linaje con múltiples cognominas como hacían algunas familias aristocráticas y acabamos con 38 nombres. Eso sí que sería un bocado!

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