Hay algunos regalos que sólo se pueden hacer desde uno mismo, a uno mismo, como la autoconfianza, la autoaceptación y el amor propio. Y aunque no consideres la autoflagelación como un regalo, lo cierto es que si te vas a asfixiar con un pedo apestoso, mejor que sea tu propio pedo apestoso.
Los humanos hemos evolucionado para que nos repugne el olor de cosas como los pedos y la materia fecal porque los gases nocivos que desprenden nos alertan de la presencia de gérmenes que pueden enfermarnos. Pero como lo repartiste y luego lo oliste unas 10 veces al día, te acostumbras a tu mezcla característica, lo que hace que tus propios gases sean menos ofensivos que los que hueles de tus amigos, colegas y cónyuge (si es que llega a eso).
Además, acostumbrarse al olor de nuestros propios desechos, o a los de los seres queridos, tiene sus propios beneficios evolutivos. Según investigadores de la Universidad Macquarie de Australia y la Universidad de Washington, la familiaridad con los olores familiares permite a los padres lidiar con innumerables pañales sucios y seguir queriendo a sus bebés.
Así que, aunque seas un bruto asqueroso con un sentido del humor soporífero, esa no es la razón por la que tus propias flatulencias te hacen sonreír. Es la evolución, nena.