A las 9 de la mañana del 27 de agosto de 1896, tras un ultimátum, cinco barcos de la Marina Real iniciaron un bombardeo del Palacio Real y el Harén de Zanzíbar. Treinta y ocho, o cuarenta, o cuarenta y tres minutos más tarde, dependiendo de la fuente que se crea, el bombardeo cesó cuando se izó la bandera blanca de rendición sobre lo que quedaba del palacio. Murieron más de 500 defensores, frente a un solo marine británico que resultó herido. Así terminó la que se considera la «guerra más corta de la historia».
La causa inmediata de la guerra fue la muerte del sultán de Zanzíbar, Hamad bin Thuwaini, el 25 de agosto. Su sobrino, Khalid bin Bargash, tomó el poder, pero los británicos lo consideraban demasiado independiente. Preferían a Hamud bin Muhammed. En la mejor tradición de la diplomacia de las cañoneras, se emitió un ultimátum a las 8 de la mañana, dando a Khalid una hora para rendirse y abandonar el palacio. Cuando el ultimátum expiró, comenzó el bombardeo y se desembarcó una fuerza de marines en la costa. Al caer los proyectiles, Khalid bin Bargash huyó del palacio buscando seguridad en el consulado alemán, desde donde fue enviado rápidamente y en secreto fuera del país. El orden se restableció y el gobernante preferido por Gran Bretaña, Hamud bin Muhammed, fue instalado como sultán de Zanzíbar, donde gobernó, con ayuda británica, hasta su muerte en 1902. Este es otro ejemplo exitoso de cómo Gran Bretaña se sale con la suya y se asegura de que el «imperio informal» funcione en favor de los intereses británicos y no, en este caso, de los intereses del gobernante de Zanzíbar…