En 1919, mientras estaba empleado como director de servicios sociales para los cuerpos del Rito Escocés en Kansas City, Missouri, Frank Sherman Land contrató a un adolescente llamado Louis Gordon Lower para que realizara trabajos ocasionales en el edificio. Cuando ambos se hicieron amigos, Land descubrió que el padre de Lower había muerto poco antes y que el joven echaba de menos tener la orientación que le proporcionaba un padre. Lower tenía otros amigos cuyos padres no estaban en casa, ya fuera por divorcio, abandono o muerte, y que a estos jóvenes también les gustaría tener un hombre adulto al que pudieran acudir en busca de orientación.
Land sugirió a Lower que invitara a algunos de sus amigos al edificio del Rito Escocés para hablar de la creación de un club. A los pocos días Lower llevó a ocho de sus amigos a una reunión. Los nueve jóvenes estuvieron de acuerdo en que la idea de un club era buena. Pronto nació la «Orden de DeMolay». En tres años, se habían establecido capítulos en 39 de los entonces 48 estados y el Distrito de Columbia. Ahora es mundial.
¿De dónde viene el nombre DeMolay?
El nombre proviene de Jacques DeMolay, el último Gran Maestro de los Caballeros Templarios. Los nueve miembros originales de DeMolay eligieron su nombre en honor a sus altos principios. El homónimo de la Orden de DeMolay nació en Vitrey, Departamento de Haute Saone, Francia, en el año 1244. A la edad de 21 años, DeMolay se unió a la Orden de los Caballeros Templarios.
Los Caballeros Templarios eran una organización sancionada por la Iglesia Católica Romana en 1128 para vigilar el camino entre Jerusalén y Acre, una importante ciudad portuaria en el Mar Mediterráneo. La Orden de los Caballeros Templarios participó en las Cruzadas y se ganó un nombre por su valor y heroísmo.
Con muchos nobles y príncipes que enviaron a sus hijos a unirse a los Caballeros Templarios, la Orden también se hizo muy rica y popular en toda Europa.
En 1298, Jacques DeMolay fue nombrado Gran Maestre de los Caballeros Templarios, una posición de poder y prestigio. Sin embargo, como Gran Maestre, Jacques DeMolay también se encontraba en una posición difícil. Las Cruzadas no estaban logrando sus objetivos. Los sarracenos no cristianos derrotaron a los cruzados en la batalla y capturaron muchas ciudades y puestos vitales. Los Caballeros Templarios y los Hospitalarios (otra Orden de Caballeros) eran los únicos grupos que quedaban para enfrentarse a los sarracenos.
Los Caballeros Templarios decidieron reorganizarse y recuperar sus fuerzas. Viajaron a la isla de Chipre, a la espera de que el público en general se levantara en apoyo de otra Cruzada.
Sin embargo, en lugar del apoyo del público, los Caballeros atrajeron la atención de poderosos señores, interesados en obtener sus riquezas y poder. En 1305, Felipe el Hermoso, rey de Francia, se propuso obtener el control de los templarios. Hasta entonces, sólo rendían cuentas a la Iglesia. Para evitar un aumento del poder de la Iglesia, y para aumentar su propia riqueza, Felipe se propuso hacerse con los Caballeros.
El año 1307 vio el comienzo de la persecución de los Caballeros. Jacques DeMolay, junto con cientos de otros, fueron apresados y arrojados a las mazmorras. Durante siete años, DeMolay y los Caballeros sufrieron torturas y condiciones inhumanas. Aunque los Caballeros no terminaron, Felipe consiguió obligar al Papa Clemente a condenar a los Templarios. Sus riquezas y propiedades fueron confiscadas y entregadas a los partidarios de Felipe.
Durante los años de tortura, Jacques DeMolay siguió siendo leal a sus amigos y a los Caballeros. Se negó a revelar la ubicación de los fondos de la Orden y se negó a traicionar a sus camaradas. El 18 de marzo de 1314, DeMolay fue juzgado por un tribunal especial. Como prueba, el tribunal se basó en una confesión falsificada, supuestamente firmada por DeMolay.
Jacques DeMolay renegó de la confesión falsificada. Según las leyes de la época, el desmentido de una confesión se castigaba con la muerte. Otro caballero, Guy de Auvergne, también renegó de su confesión y se puso al lado de Jacques DeMolay.
El rey Felipe ordenó que ambos fueran quemados en la hoguera ese día, y así la historia de Jacques DeMolay se convirtió en un testimonio de lealtad y amistad.