Cuando la mayoría de la gente piensa en el LSD (dietilamida de ácido lisérgico) la imagen que le viene a la mente es la de hippies alucinando en Woodstock, pero el uso original de la droga era psicoterapéutico. Ya en la década de 1960, los investigadores demostraron que el LSD reduce la depresión, la ansiedad y el dolor en pacientes con cáncer avanzado, y en los últimos años ha resurgido el interés por los efectos beneficiosos de la droga. En 2014, el psiquiatra suizo Peter Gasser publicó los resultados de un estudio que demostraba que el LSD podía aliviar los síntomas del trastorno de ansiedad grave. Y un estudio de 2016 del Imperial College de Londres demostró que el LSD podía aumentar los niveles de optimismo y apertura durante períodos prolongados.
La historia del LSD se remonta a Albert Hofmann, un químico suizo que sintetizó por primera vez el compuesto en 1938. Hofmann descubrió accidentalmente sus efectos alucinógenos tras ingerir 250 μg (¡una dosis muy grande!) antes de su viaje nocturno a casa. Como buen científico que era, anotó en su cuaderno un relato detallado de su experiencia. Su reacción inicial, llena de paranoia, fue seguida al día siguiente por una experiencia dichosa, en la que «todo brillaba y resplandecía con una luz nueva».
Fue esta última y edificante percepción la que los investigadores del Imperial se propusieron reexaminar de forma rigurosa, comenzando con 20 participantes reclutados por el boca a boca. Todos los participantes tenían más de 21 años, no tenían antecedentes de enfermedades psiquiátricas y habían tenido al menos una experiencia previa con un alucinógeno como las setas mágicas o el LSD, este último requisito para minimizar las respuestas adversas a la droga. Cada sujeto visitó el centro de pruebas dos veces: una para recibir LSD (75 μg menos que la dosis tomada por los usuarios recreativos) y otra para recibir un placebo, aunque el orden en el que estos individuos recibieron el LSD fue aleatorio.
Al igual que el propio Hofmann, los sujetos de las pruebas dijeron sentir el efecto del LSD tan pronto como diez minutos después de la infusión, y la experiencia duró casi ocho horas en total. Varias horas después de la dosis, se les pidió que respondieran a una serie de preguntas sobre su bienestar psicológico. Los participantes permanecieron en el centro de investigación durante el resto del día, con la presencia de un psiquiatra, hasta que funcionaron con normalidad. Para determinar los efectos a más largo plazo, rellenaron los mismos cuestionarios dos semanas después.
Poco después de tomar la droga, los participantes que recibieron LSD informaron de un aumento de los síntomas similares a la psicosis, incluyendo alucinaciones visuales, experiencias espirituales y paranoia. Era un resultado que los investigadores esperaban. Pero, curiosamente, los que recibieron LSD eran más propensos a sentir emociones positivas, e incluso «dichosas», en contraposición a los sentimientos negativos y «ansiosos» que a veces se asocian con las drogas psicodélicas. Lo que resultaba aún más sorprendente era que, dos semanas después de tomar el LSD, estos individuos informaban de un mayor optimismo y apertura, lo que les hacía más creativos y curiosos, en comparación con los que recibieron el placebo.
¿Cómo puede una droga que crea una psicosis temporal provocar un optimismo tan pronunciado a largo plazo? Se trata de una pregunta sin respuesta en su mayor parte, pero los investigadores creen que tiene algo que ver con el receptor de serotonina 2A (5-HT2AR). Este receptor se expresa en todo el cerebro, especialmente en las regiones asociadas a las funciones cognitivas y las interacciones sociales. La estimulación de este receptor se ha relacionado directamente con la flexibilidad cognitiva, el aumento de la imaginación y el pensamiento creativo. Los trastornos asociados a las variantes del 5-HT2AR incluyen la esquizofrenia, la depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es decir, una panoplia de enfermedades psiquiátricas. Resulta que el LSD funciona mediante la unión y la estimulación del 5-HT2AR en la corteza cerebral, que se cree que regula una enzima llamada fosfolipasa C, y que finalmente produce efectos psicoactivos. De hecho, el bloqueo de este receptor se ha relacionado con una remediación de los efectos alucinatorios del LSD en ratas.
La biología precisa que se esconde tras el potencial transformador del LSD sigue siendo un misterio. Pero los investigadores del Imperial sugieren que, una vez que el LSD se une al receptor, es posible que la «ráfaga» inicial de estimulación provoque síntomas más intensos y agudos de tipo psicótico, mientras que los efectos a más largo plazo producen un «aflojamiento» de la dinámica de la red, y un aumento general del optimismo y el bienestar.
Nadie está sugiriendo que se consuma ilegalmente LSD para aumentar el optimismo a largo plazo, pero el estudio plantea importantes cuestiones. Podría utilizarse algún día el LSD para tratar enfermedades como el trastorno depresivo mayor? ¿Merecerá la pena el malestar psicológico a corto plazo de dar a un individuo LSD terapéutico por los posibles beneficios a largo plazo? ¿Persistirían los efectos positivos de la LSD durante más de dos semanas? ¿Cuál es la cascada fisiológica que comienza con la unión de la LSD a la activación del 5-HT2AR y termina con efectos psicológicos como el aumento del optimismo? ¿Existe una forma de sintetizar un compuesto que aproveche los aspectos beneficiosos de la LSD, minimizando los efectos negativos? Sólo hay una forma de averiguarlo: ¡más experimentos científicos!