La pizza es uno de los pocos alimentos por los que me arriesgo a sufrir quemaduras de tercer grado tanto en la boca como en el esófago. En cuanto abro la caja y localizo la porción con la corteza más amplia, la tengo colgando por encima de mi boca, maldita sea el queso hirviendo. La corteza es, con diferencia, mi parte favorita, y es la única que puede hacer que una pizza sea perfecta. No puedo entender por qué algunas personas consideran la corteza como un mero asidero utilizado para transportar la pizza a sus bocas, dejando de comer una vez que llegan a ese punto dulce en el que la salsa y el queso se unen a la felicidad del pan.
La pizza entregada a domicilio es uno de los placeres más sencillos de la vida, pero la pizza sobrante puede dejar mucho que desear. Siempre existe la opción de comer las sobras para desayunar, frías y directamente de la caja, pero yo anhelo los olores y las texturas de una tarta recién entregada. Cuando los años de residencia universitaria me enseñaron que el microondas convierte la corteza de la pizza en goma, encontré mi solución en el horno.
PASO UNO: Congela la pizza sobrante en papel de aluminio o en bolsas con cierre. Asegúrate de congelar las porciones en capas individuales para que las porciones no se peguen.
Segundo paso: Envuelve la corteza congelada en papel de aluminio. Si eres un adicto a la corteza como yo, este es un paso CLAVE para asegurarte de conservar la textura de la corteza.
Tercer paso: Hornea a 375 grados durante 12-15 minutos, dependiendo del tamaño de la porción. (Esta era una porción grande, y se hizo perfectamente en 15 minutos)
Merece la pena el tiempo. Mucho mejor que el microondas. Una corteza increíble, siempre.