La Nueva Jerusalén no es una ciudad monótona, apagada y aburrida, porque irradia la gloria de Dios. Es brillante y hermosa como una rara joya que brilla con intensidad. Tal vez la palabra jaspe describa un cuarzo con matices de verde, azul y rojo; el jaspe literal no está claro. La piedra de jaspe se menciona en Apocalipsis 4:3 como una de las joyas que describen la apariencia de Dios. En esta parte del Apocalipsis, se puede ver que Juan se esfuerza por explicar lo que ve en términos que otros puedan entender, utilizando las imágenes más relevantes que se le ocurren. Comparar la brillante belleza de esta nueva ciudad con las piedras preciosas es un intento de describir lo indescriptible.
La gloria de Dios que llena la Nueva Jerusalén es la luz deslumbrante que emana de su ser. Moisés experimentó la gloria de Dios como «una llama de fuego en medio de una zarza» (Éxodo 3:2). Esta gloria se manifestó como la nube shekinah que llenaba el tabernáculo (Éxodo 40:34). Cuando Salomón concluyó su oración en la dedicación del templo, descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y los sacrificios. La gloria del Señor llenó el templo con tal resplandor que los sacerdotes no pudieron entrar en él a causa de ello (2 Crónicas 7:1-2).